Bienvenido ávido lector, te aventuras a entrar en un mundo que (me veo en la obligación de advertirte) puede sobrecogerte.
¨¡Bah, exageras!¨ pensarás y puede que no te falte razón, pero mi deber es transmitirte que estás a punto de cruzar el umbral de la cordura y la decencia para sumergirte en una dimensión en la que las reglas del juego que conoces no sirven.

Yo te acompañaré, si te decides a cruzar. Aunque no sé si eso debería tranquilizarte o alamarte más.
No correrás más peligro que el que tú decidas y no iremos más allá de lo que desees. Tu criterio será siempre el que marcará la frontera, pero has de ser cauto y no confiar ciegamente en él, pues puede que allá a donde te diriges se vea alterado sin saberlo.

Si te crees preparado has de saber que existe una norma para todo el que emprende ese viaje, es una regla clara y sencilla en su planteamiento, pero más difícil de cumplir de lo que parece: En cuanto pases de este punto has de ir con la mente abierta, no has de compartir nada de lo que veas salvo si es tu voluntad, como te he dicho tú decides, ni tan si quiera e pedimos que lo entiendas, sólo que lo respetes nada más.

¿Qué me dices? ¿Continuamos?

viernes, 3 de julio de 2009

El móvil que soñaba con un vaso de leche y un dueño narcoléptico

Todo empezó una noche de sábado, todo empezó con un ¨me voy para casa¨, todo empezó como empiezan todas las grandes historias, en el momento en que el narrador decide (casi siempre de forma equivocada, a veces incluso voluntariamente) que ahí fue el punto clave en que todo dio un giro, por desgracia, esto es lo único en común que tiene este relato con una gran historia. Lo realmente importante es que fue algo que sucedió de verdad, algo que me ocurrió a mi hace un par de fines de semana y que me hizo pensar que soy una persona… cuando menos original.

Como decía, cuando Antonio dijo ¨me voy para casa¨ y yo contesté ¨yo también¨, ambos estábamos sentados en un portal de una calle desde el cual observábamos como el ritmo de la noche no parecía concordar con nuestro elevado nivel de cansancio. Allí permanecimos durante un largo rato mientras de vez en cuando alguien se acercaba a darnos conversación ayudando a nuestra pereza a mantenernos allí sentados mientras el sueño iba, poco a poco, calando cada vez más hondo en nuestro estado de ánimo y en nuestro estado de ensoñación.
Así pues cuando ya llevábamos una hora allí sentados cada vez más y más cansados Noe actuó de catalizador diciéndole a Antonio si se iban, este se decidió y, como si de un castillo de naipes se tratase, mis ganas de aguantar se desmoronaron al quitarme a Antonio, que por lo visto era una carta clave en mi pequeño palacete. Por lo tanto me hice acopio de todas mis fuerzas y estiré la mano para que me ayudarán a levantarme, después respiré hondo y emprendí el camino a casa con un caminar dudoso, seguramente producido porque me iba durmiendo un poco más a cada paso que daba.

Un vez llegué a casa mi cabeza ya bandeaba de un lado a otro cual péndulo, pero en lugar de irme para cama una idea surcó mi cerebro: ¨¿por qué no tomarme un Donuts?¨, y claro la reacción irremediable fue abrir la puerta de la nevera. Tras haber deliberado un poco decidí proporcionar un nuevo y confortable hogar a dos donuts y a un vaso de leche.
Durante la ejecución de los elementos de bollería industrial, mantuve una dura pelea con el sueño hasta que, cuando estaba a un trozo de acabarme el segundo donut, me golpeó con un directo de derechas y me dejó noqueado durante unos segundos.
Cuando empezaba a salir de mi estado de ensoñación, abrí fugazmente los ojos y aunque no pude concretar bien ninguna imagen demasiado claramente, vi algo que me extrañó, algo que no tenía sentido y por lo tanto pensé ¨no seas gilipollas, ¿cómo vas a estar metiendo el móvil en la leche?¨ Tras esa estúpida sensación en la que le daba un curioso baño a mi teléfono, decidí reabrir los ojos y cuál fue mi sorpresa al ver que efectivamente estaba sumergiendo mi móvil en la leche, arriba y abajo, como quien moja una magdalena.
Pues sí, así fue que tras comprobar este hecho, lejos de preocuparme por el estado de mi móvil, lo lancé sobre la mesa y me afané en buscar el trozo de donuts que yo recordaba haber tenido en la mano, no lo encontré así que me quedé un buen rato deprimido con el pensamiento ¨mierda, me tomé el último trozo de donuts y no lo disfruté¨. Tras un minuto conseguí reponerme del disgusto y decidí comprobar que mi móvil, el cual chorreaba leche por todos lados, estaba aún vivo. Sorprendentemente estaba en perfecto estado salvo que un poco más húmedo de lo habitual, así que me decidí a limpiarlo y a día de hoy, a pesar de haber sufrido una traumática experiencia, está igual pero siempre pero algo más pegajoso.

Me pareció una historia lo suficientemente curiosa como para comentarla, pensé que podría haceros gracia. Prefiero no pensar en que seguí comiendo mientras estaba dormido, lo cual podría haber propiciado que me atragantara y me muriera, pero bueno son cosas que pasan, si el último superviviente como ojos de ñu, no creo que yo me muera por un trocito de donuts. En fin….

Un saludo a todos, besos y abrazos para quien quiera recibirlos y, como siempre, sed felices ;)

3 comentarios:

  1. Tiiiiiiiiiiio
    parece mas que una historia de un narcoleptico que podriamos titular "Historias desde mi almohada" parece la historia de un borracho que llega a casa farto farto farto...
    xDDDDD

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  2. Enorme la entrada, jajajaja.

    No tendrás un LG chocolate y querrias chocolatear la leche??

    Lo sé, que malo...xDDD

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  3. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ
    ME DESCOJOOOOOOONOOOOOOOOOOO JAJAJAJAJAJ

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