Bienvenido ávido lector, te aventuras a entrar en un mundo que (me veo en la obligación de advertirte) puede sobrecogerte.
¨¡Bah, exageras!¨ pensarás y puede que no te falte razón, pero mi deber es transmitirte que estás a punto de cruzar el umbral de la cordura y la decencia para sumergirte en una dimensión en la que las reglas del juego que conoces no sirven.

Yo te acompañaré, si te decides a cruzar. Aunque no sé si eso debería tranquilizarte o alamarte más.
No correrás más peligro que el que tú decidas y no iremos más allá de lo que desees. Tu criterio será siempre el que marcará la frontera, pero has de ser cauto y no confiar ciegamente en él, pues puede que allá a donde te diriges se vea alterado sin saberlo.

Si te crees preparado has de saber que existe una norma para todo el que emprende ese viaje, es una regla clara y sencilla en su planteamiento, pero más difícil de cumplir de lo que parece: En cuanto pases de este punto has de ir con la mente abierta, no has de compartir nada de lo que veas salvo si es tu voluntad, como te he dicho tú decides, ni tan si quiera e pedimos que lo entiendas, sólo que lo respetes nada más.

¿Qué me dices? ¿Continuamos?

jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Por qué es rojo el atardecer?

Hace muchos años, en un tiempo de leyendas, en la época en que situamos los cuentos de princesas encantadas, cuando aún las hadas se dejaban ver a los que decidieran dar un paseo por el bosque y la naturaleza se comunicaba con nosotros.
En aquella época mágica, vivía en una casita humilde una chica cuyo nombre ha sido cambiado tantas veces a conveniencia del narrador de la historia que se ha perdido en el devenir de los siglos. Esta muchacha habitaba su hogar acompañada de su pobre madre enferma y su hermana pequeña. Así pues ella tenía que hacerse cargo de las labores de la casa y de cuidar a su madre, para los recados enviaba a su hermana y así ella podía quedarse atendiendo los quehaceres diarios.
Tanto se esmeraba en cumplir con su función esta bellísima mujercita que apenas salía de su casa. No tenía tiempo para ello, pues siempre estaba ocupada, aunque siempre afrontaba cada nueva labor con una sonrisa, tan hechizante como el resto de su precioso rostro.

Así transcurría su vida hasta que un día llegó a su casa una carta para su madre. En ella se le invitaba a la boda de su sobrina, que sería dentro de dos días en un palacete bastante próximo a donde ellas vivían. A la madre le producía mucha tristeza no poder asistir a la boda de su única sobrina y como quería saber hasta el último detalle de cómo transcurría la ceremonia encargó a su hija mayor que acudiera a la boda de su prima en su lugar.
Nuestra dulce protagonista, obediente, aceptó el encargo de su madre la cual hizo llamar a una modista amiga suya para que le confeccionara a su hija un magnífico vestido que realzara su figura esbelta y firme. Del peinado se encargó su hermana pequeña que, aunque joven, tenía una enorme destreza en estas artes.

La boda era de noche así que cuando el sol empezó a ponerse nuestra hermosa joven salió de su casa dispuesta a llegar a la ceremonia. Tal era su belleza que todo el mundo se paraba a mirarla, enmudecían a su paso tanto los humanos como las criaturas del bosque, incluso el mismo astro rey sabiendo que no podía competir con la luz y calidez que desprendía esta hermosa dama enrojeció avergonzado y se ocultó en seguida.

El sol durante el resto de la noche recapacitó y superó su envidia, llegando a la conclusión de que debía hacer algo para conmemorar ese maravilloso momento.
Desde entonces todos los atardeceres de verano, como era aquel, se tiñe el cielo de rojo recordando la increíble belleza de aquella chiquilla.

Va dedicado a Gaila y a Meri, ambas inspiradoras indirectas de esta historia ;)